Ni siquiera sumados los votos que obtuvieron por separado los partidos políticos, durante las recientes elecciones federales intermedias del cinco de julio, en las que sólo se votó para elegir a los diputados que integrarán la LXI Legislatura en el Congreso de la Unión –a instalarse el uno de septiembre próximo, lograron superar el abstencionismo que, quiérase o no, fue el que prevaleció de manera marcada y, como tal, se impuso este año 2009.
Quienes acudieron a las urnas a sufragar no fueron otros que los mismos que siempre han votado sistemáticamente por una misma opción política en año electoral o bien, ante el desencanto de aquella opción, por la que lo venían haciendo, esta vez cruzaron su boleta por unas siglas políticas distinta.
Los votantes en cuestión no son otros que aquellos a los que configuran lo que se denomina el voto duro que tienen cautivo los partidos en cada ciclo electoral constitucional, ya sea al nivel de lo federal o de lo estatal.
Porque, claro está, que la sociedad civil, esa que no tiene comprometido su voto, no salió de su domicilio a las urnas para sufragar en mucho porque no le convencieron ninguna de las ofertas legislativas de ninguno de los candidatos y/o partidos políticos contendientes.
Para muestra un botón, de los más de 77 millones de mexicanos que configuraron el Listado Nominal de Electores del Instituto Federal Electoral, aquellos que cuentan con credencial para votar con fotografía, sólo acudieron a las urnas 34 millones 708 mil 444 ciudadanos que representan apenas el 44 por ciento del total, datos oficiales del propio organismo electoral.
Aún más deplorable resulta que del millón 457 287 electores tabasqueños sólo sufragaron 597 mil 438 que apenas representan el 41 por ciento. Sin embargo, aún más desafortunado es que los dos distritos electorales 04 y 06 con cabecera en Centro, la capital del estado, la concurrencia fue aún más baja, del 35 por ciento.
En un ejercicio comparativo con procesos electorales intermedios estrictamente nacionales, particularmente los organizados por el IFE desde la fundación, justo en el año de 1991 se obtuvo la mayor concurrencia: con 36 millones 675 mil 367 electores inscritos en el Listado Nominal hubo una participación ciudadana de 24 millones 194 mil 239 que representaron el 65.96 por ciento. Particularmente Tabasco registró un 55.54 por ciento de los 660 mil 939 inscritos en esa ocasión.
Esa ocasión, el PRI obtuvo abrumadoramente la mayoría de la votación y de las diputaciones uninominales con el 58.47 por ciento de los votos emitidos; en tanto que PAN captó el 16.82 por ciento, y el PRD en su primera participación formal se quedó con 7.91 por ciento.
La elección intermedia del año 2003 se ha significado, hasta ahora, por ser la de más escasa concurrencia, con 26 millones 738 mil 924 votantes, el 41.68 por ciento, de 64 millones 710 mil 596 ciudadanos registrados.
Entonces, el PRI –coaligado con el Partido Verde Ecologista- obtuvo 224 de los 500 diputados, entre uninominales y plurinominales, con tan sólo nueve millones 833 mil 856 sufragios en su favor, que representaron apenas el 15 por ciento de los potenciales votantes, alrededor de un millón 500 mil menos que en 1997, cuando obtuvo once millones 311 mil 963 sufragios; para dichos comicios concurrieron a las urnas el 57.69 por ciento de los 52 millones 208 mil 966 electores potenciales,
Ahora bien, en los recientes comicios del cinco de julio de 2009, se registraron las segundas elecciones menos concurridas con apenas el 44 por ciento de los 77 millones, en donde el PRI obtuvo millones 821 mil 504 votos en su favor, que representan escasamente el 16.5 por ciento del total del Listado Nominal; Acción Nacional obtuvo 9 millones 723 mil 537 sufragios representando el 12.5 por ciento; el PRD, cuatro millones 231 mil 342, equivalentes al cinco por ciento; el restante porcentaje de votación la acopiaron los demás partidos, incluidos los votos nulos que representaron un millón 876 mil 629 sufragios a los que sumaron los llamados votos blancos.
Lo anterior, obliga a una reflexión crítica y autocrítica por parte de todos los actores que convergen en la política y quienes pertenecen a un partido, desde dirigentes, líderes, líderes, militantes y hasta los estudiosos de esta disciplina que en sí misma es noble y generosa.
Hasta los mismos actores políticos reconocen el hartazgo y desencanto en el ejercicio que se hace de la política que los mismos ciudadanos, aquellos sin filiación ideológica definida, no le creen, como dijeran por allí, ni el Padre Nuestro.
Aquí el cuestionamiento, que bien vale hacerse, es si hay motivos para festejar y gritar a los cuatro vientos en términos de la legitimidad reflejada en las urnas, va no sólo para el PRD y Acción Nacional que perdieron posiciones en la Cámara de Diputados sino también para el PRI que desde ahora celebra su regreso a Los Pinos.